Como si fueran jareas
que el sol y la sal abrasan,
he colgado una a una
mis máscaras en el secadero.
Estoy en casa.
Las máscaras son cuchillos de mi instinto
necesario en la calle, me consuelo,
aunque sinceramente las odio,
han robado mi inocencia,
¿Qué pureza me queda
en el laberinto del futuro?
Y me invade un reposo amplio
dejándolas en el salar que las conserva,
son animales sigilosos
que cazan en mi otro desierto,
son hijas de una piedra
que el viento del desamparo pule
y afila mis miedos.
Quieto como un zorro escondido
las miro...
sé de mi rechazo y del recelo,
ellas saben que no tengo huevos
en esta selva de puta vida
que quema la tierna vegetación de lo ético,
su rico verdor
y todo es gris ceniza.
Temo de mí el espanto,
el fantasma que pasea las velas,
el cascabel de la muerte
que en mi sombra grita,
no hay máscara para este miedo,
sino a pelo.
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